Y con los cuentos, leyendas e historias conocemos nuestro actuar. Son una ventana hacia nuestra forma de vida, una mirada a la concepción de nuestro mundo, de este mundo que todos compartimos. Este cuento, pensado desde el Ayuujk o el Mixe pone en diálogo complementario nuestra visión del mundo y de la vida. Gracias a Pale Onofre Vargas por su invaluable contribución.
Por: Pale Onofre Vargas
El día había sido duro como siempre. Desde hacía tiempo Silverio
quería contarle muchas cosas a su hijo,
y aprovechó para platicar esta vez. Los
dos estaban cansados. Recargados en el arado, dijo;
- Hijo, ¿ves aquel montón de tierra enyerbada, donde termina nuestro terreno de la siembra?-
-Sí, papá, si lo veo- contestó Casimiro, quien le gustaba
acompañar a su papá, porque le enseñaba a arar, y se sentía feliz, cuando la
yunta lo jalaba fuerte, más le divertía cuando lo arrastraba por todo el
sembradero. A sus trece años ya era todo
un experto en los labores del campo: Conocía como preparar el arado, qué clase de árbol era más resistente, el tiempo y las medidas exactas para cortar.
Para la siembra conocía las fechas y las clases de semillas adecuadas para tal
o cual terreno. No pensaba en la escuela, o mejor dicho pensaba que la escuela
era para los que no querían trabajar. Soñaba con la milpa jiloteando, y
saborear los elotes dulces y las chilacayotas cocidas en las ollas de barro, cuando llegara el tiempo. Tenía su propio pensamiento
y su emoción era ver el mundo lleno de maíz....
Habían barbechado todo el día, esta vez en su propio
terreno, porque otras veces, trabajaban para otras gentes. Así ganaban su
dinerito.
Sentados a un lado del arado y de la coa. A lo lejos se
teñía de rojo anaranjado el cielo, anunciando el ocaso del sol. Siguieron
platicando.
-Pues ahí está
enterrada tu placenta, porque así es aquí,
la costumbre del pueblo.-
Su papá le siguió contando de muchas cosas de la vida del
pueblo y agregó:
-A los tres días de nacido, yo mismo fui a enterrar esa carne
de tu mamá y también tuya- dijo Silverio con voz de resignación, y como que le
alegró un poco lo que dijo: enseguida:
-Ese día comimos xëjk mä’ätsy Casimiro, por ti, el
machacado de frijol; sin faltar el mezcal y el pulque para estas ocasiones-
Silverio continúo
contando con alegría. Le venían en su mente
los recuerdos bonitos a borbotones de lo sucedido ese día, tenía a un
lado a su hijo, el último parto de su mujer, Natalia.
-Tu abuelito te vio lloriqueando cuando naciste, cerca
del medio día, y tus hermanos ni en
cuenta. Quien sabe donde andaban. De
seguro persiguiendo los pájaros en el pueblo-.Continuó reflexionando:
-¡Aunque no lo creas hijo! algunos nacemos con la
placenta enrollada en el cuello y otros que en
las manos o en los pies.
-¿Y eso qué?-rezongó repentinamente Casimiro.
¿Cómo que eso qué?- regresó la pregunta y siguió:
-Que no sabes, que según como traigas la placenta en el
cuerpo al nacer, así serás en la vida, o sea, medio tonto o abusado, ligero
para el trabajo o rete flojo, hasta para hablar.
Escuchaba en
silencio Casimiro, como le gustaba a su papá, por momentos quería hablar
pero mejor se contenía y prefirió continuar pensando por su cuenta....... Continuará
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