-Todos los que vivimos en el pueblo Casimiro, tenemos la placenta enterrada en nuestros
terrenos de la siembra o cerca de la casa.
-O sea que al nacer nos comenzamos a enterrar ¿no?- dijo
Casimiro con aire de sabio.
-Así es mi hijo. Es el primer entierro en la vida en este
mundo. El comienzo del regreso a la
tierra, que es nuestra madre. Además, es para que tengas raíces fuertes
en tu pensamiento, en tus sentimientos y, que no seas juguete del viento de la
vida, como hojarasca que arrastra fácil el remolino- Casimiro pensó y dijo:
-¿O sea que no se debe tirar a la basura la placenta? -preguntó
intrigado, al momento que aventaba una piedra hacia un árbol frondoso, de donde
saltaron varios pajarillos que estaban allí acurrucándose para dormir. Don
Silverio dijo como aconsejando:
- Si, mi hijo, porque todo nuestro cuerpo es sagrado y
más la placenta que nos da de comer durante nueve meses para llegar vivos a
este mundo-
- ¿Entonces por
qué tiraron a la basura la placenta del hijo del tío Teódulo, cuando nació en
la clínica?
-¡Porque ese doctor no sabe de la vida del pueblo!- Dijo Silverio
casi gritando, como enojado –, hasta se burla de la gente que va a la consulta.
Ellos creen que tienen toda la
verdad. Para ellos todo es
basura, hasta la vida de nosotros- terminó diciendo y aclaró:
¡Escucha mi hijo!-, dijo, mientras acariciaba los
cabellos de Casimiro- a ellos no les cabe en su cabeza que creamos que la
placenta es parte del cuerpo. Y darle respeto, según ellos, es señal de
ignorancia.
-¿Pero cómo?- Casimiro insistía en una respuesta quien
sabe de quién, pero mejor siguió opinando- si durante nueve meses, nos da de
comer para nacer con el cuerpo completo, haciendo correr la sangre en todas las
venas en la panza de nuestra mamacita- Casimiro
mostraba cada vez más su interés en la plática.
Obscurecía ya. Silverio
arrastró su mirada hacia las siluetas de los montes que tenía enfrente. Ahí
estaba el cempoaltépetl, la montaña sagrada de sus abuelos, que desde pequeño
creció conociéndolo y con su hijo Casimiro había ido muchas veces a la cima
para las ceremonias y los sacrificios de
las aves, pidiendo protección y ayuda al rey ëy konk.
La luna avanzaba parpadeando, mostrando toda su redondez,
como una tortilla blanca echada al comal
y que poco a poco fue plateando la cara
de Casimiro y de Silverio, que se notaba con nitidez, a la luz de la luna, las
arrugas de sus sesenta y tantos años y por eso mismo las canas le comenzaba a
enredar sus cabellos que ya escaseaban. Por su parte, los grillos y chicharras
comenzaban a probar cada quien su voz para el concierto de cada noche, por
último dijo Silverio:
-No mi hijo, lo que es la vida. Comenzamos besando la
tierra para terminar en lo mismo, después de andar corriendo y bajando por estos
montes ¿No crees?
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