jueves, 30 de agosto de 2012

Es tu raiz, mi hijo. Parte 2 de 2


-Todos los que vivimos en el pueblo Casimiro,  tenemos la placenta enterrada en nuestros terrenos de la siembra o cerca de la casa.

-O sea que al nacer nos comenzamos a enterrar ¿no?- dijo Casimiro con aire de sabio.

-Así es mi hijo. Es el primer entierro en la vida en este mundo. El comienzo del regreso a la  tierra, que es nuestra madre. Además, es para que tengas raíces fuertes en tu pensamiento, en tus sentimientos y, que no seas juguete del viento de la vida, como hojarasca que arrastra fácil el remolino- Casimiro pensó y dijo:

-¿O sea que no se debe tirar a la basura la placenta? -preguntó intrigado, al momento que aventaba una piedra hacia un árbol frondoso, de donde saltaron varios pajarillos que estaban allí acurrucándose para dormir. Don Silverio dijo como aconsejando:

- Si, mi hijo, porque todo nuestro cuerpo es sagrado y más la placenta que nos da de comer durante nueve meses para llegar vivos a este mundo-

- ¿Entonces  por qué tiraron a la basura la placenta del hijo del tío Teódulo, cuando nació en la clínica?

-¡Porque ese doctor no sabe de la vida del pueblo!- Dijo Silverio casi gritando, como enojado –, hasta se burla de la gente que va a la consulta. Ellos creen que tienen toda la  verdad.  Para ellos todo es basura, hasta la vida de nosotros- terminó diciendo y  aclaró:

¡Escucha mi hijo!-, dijo, mientras acariciaba los cabellos de Casimiro- a ellos no les cabe en su cabeza que creamos que la placenta es parte del cuerpo. Y darle respeto, según ellos, es señal de ignorancia.

-¿Pero cómo?- Casimiro insistía en una respuesta quien sabe de quién, pero mejor siguió opinando- si durante nueve meses, nos da de comer para nacer con el cuerpo completo, haciendo correr la sangre en todas las venas  en la panza de nuestra mamacita- Casimiro mostraba cada vez más su interés en la plática.

 Obscurecía ya. Silverio arrastró su mirada hacia las siluetas de los montes que tenía enfrente. Ahí estaba el cempoaltépetl, la montaña sagrada de sus abuelos, que desde pequeño creció conociéndolo y con su hijo Casimiro había ido muchas veces a la cima para las ceremonias y  los sacrificios de las aves, pidiendo protección y ayuda al rey  ëy konk.

La luna avanzaba parpadeando, mostrando toda su redondez, como una tortilla blanca  echada al comal y que poco a poco fue  plateando la cara de Casimiro y de Silverio, que se notaba con nitidez, a la luz de la luna, las arrugas de sus sesenta y tantos años y por eso mismo las canas le comenzaba a enredar sus cabellos que ya escaseaban. Por su parte, los grillos y chicharras comenzaban a probar cada quien su voz para el concierto de cada noche, por último dijo Silverio: 

-No mi hijo, lo que es la vida. Comenzamos besando la tierra para terminar en lo mismo,  después de andar corriendo y bajando por estos montes ¿No crees?

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