¡Machete
no, machete no!
Por:
Pale Onofre Vargas
En un
pueblo que engarza sus raíces en una de tantas laderas de la sierra
de Oaxaca, llegó un día gritando Fidencio:
- Hermano!,
¡hermano! van a colgar al padrecito – Algo así alcancé a oír a
lo lejos. Alcé la vista y vi a Fidencio revoloteando como espanta pájaros, venía gritando con desesperación desde la otra loma, a
punto de reventar su gaznate. Desde
muy temprano yo había salido hacia el monte para la leña.
- ¿Qué
dices, hermano? Le contesté lo más fuerte que pude, tratando de
ganarle el ruido al viento. Sin divisarlo bien le grité aun más
fuerte. Venía arrastrándose entre los árboles y los matorrales. Ya
más cerca, hablando con dificultad, le escuché decir, que en el
templo había mucha gente que gritaba:
-¡Que
cuelguen al padre! ¡que cuelguen al padre!-
-De
seguro lo van hacer, hermano – dije, entre dientes como si nada
supiera.
El
cura llevaba algunos años en el pueblo. Yo sabía que ese día se
reuniría la gente. Todos hablaban del Cristo que el cura mandó a
colgar sobre un tronco de encino, atravesado, mero enfrente del altar
mayor. Al llegar Fidencio donde yo estaba, se aventó al suelo panza
arriba. Se oían recio sus resuellos, igual que los guajolotes a
pleno sol del medio día. Casi no podía hablar. Se apachurraba la
panza. Con la mano derecha hizo un garabato de la señal de la cruz,
dándome a entender que era verdad lo que gritaba. Me acuerdo que era
un domingo, porque solamente ese día se celebraba la misa grande
en el pueblo. Levanté la vista al cielo, vi sonriendo el sol
escondiéndose juguetonamente entre las nubes como si se parara y
corriera a la vez. Me di cuenta que era un poco más del medio día:
-¿Porqué
tanto alboroto, hermano?-, pregunté escondiendo mi fingida
sorpresa, mientras él seguía en el suelo revolcándose.
-Sí,
sí, van a colgar al padre- contestó de rápido, entrecortado y
agregó,
-
Yo no digo mentiras porque eso es pecado, así dice el catecismo.-
dijo como confesándose conmigo. Recordó que Cristo sufre mucho por
los pecados del mundo; que él no quería ir al infierno, ahí donde
dicen que se quema a la gente mala. De repente desgranó sus dudas y
respuestas diciendo:
-¿Verdad
hermano? el diablo ha de tener mucha leña ¿Desde cuándo está
quemando gente? ! Y cuánta gente! –me eché un susurro de
carcajada por su ocurrencia con el diablo.
Una
vez que medio tomó el aire, Fidencio me pedía con insistencia que
me apurara; se paraba y se volvía a sentar en un tronco seco de
madroño. Había llegado tan rápido como si lo estuvieran
persiguiendo los topiles del pueblo.
Unos
días antes, los vecinos murmuraban, que ese día se reuniría toda
la gente en la iglesia. No se lo dije a mi hermano, para no
asustarlo. Además, le hubiera ido a contar al cura, porque era su
amigo y uno de sus acólitos preferidos. La gente decía, que el cura
que había llegado, no era cura de a de veras, porque no hacía la
misa igual como los antiguos padrecitos mirando hacia el altar. Que
los rezos de antes se oían más bonitos, aunque no se entendieran
nada. Y además, que era muy extraño que estos padrecitos y
madrecitas, repartieran ropa usada a la gente que iba a misa y a los
niños del catecismo. Que esa ropa, el padre las recogía en los
panteones de la ciudad, tal como dejan aquí las prendas del muerto
en el entierro. En eso estaba muy seguro.
Hoy
por la madrugada, antes de venirme por la leña, oí platicar a mi
mamá. Yo me hacía el dormido en el petate:
-
Oye tú, despierta- le decía a mi papá - ya sabes lo que dicen en
el pueblo
– No,
no sé que dicen - contestó mi papá bostezando entre sueños.
-
Que el padre que llegó al pueblo, no es padre, que de seguro es
alguien de Oaxaca que sabe leer y hablar el castellano y que se hace
pasar como el padrecito- contó mi mamá.
-Sí,
lo más seguro- mi papá contestó con pocas ganas de hablar y mamá
continúo con su historia e insistía que la escucharan
-Yo
sé que así sucedió hace muchos pero muchos años-
Cada
vez mi mamá estaba más emocionada con su plática, parecía que
saboreaba cada palabra que salía de su boca. Mi mamá y mi papá
dormían en el suelo, en un petate aparte en el rincón de la casa y
yo, en otro rincón con Fidencio.
-Dicen,
que llegó en el pueblo una señora bien bonita. Sus acompañantes
decían que ella era la virgen. Que hacia milagros, no sé qué
tantas cosas más-¿Sabes? – preguntó para cerciorarse de que mi
papá la escuchaba, pero él ya no respondió , había vuelto a
dormir, como si nada, ella siguió contando
-Que
a esa supuesta virgen no la dejaron entrar en la iglesia-
Como
que le costaba platicar acostada, prefirió mi mamá levantarse y se
sentó a la orilla del petate. No se veía nada. Estuvo unos minutos
en silencio, como recordando lo que después contó entre bostezo y
bostezo. Total está dormido mi marido, y mi hijo ni que decir de él,
pues es un tronco dormilón de primera, así que no molesto a
nadie, y es más contar esta historia me sirve para remojar la
memoria, parece que decía. Comenzó con su narración diciendo que
la gente del pueblo se preguntaba:
-
¿Cómo puede haber una virgen viva, si los padrecitos antiguos
decían que solamente las vírgenes de madera son las verdaderas,
las que están en la iglesia en su nicho bien quietecitas y
calientitas. Siempre sonrientes y parece que sonríen más cuando
vamos a rezarle y darles la limosna. Aseguran, que esa señora virgen
estuvo en una casa del pueblo. Ahí acudía mucha gente; llevaban
sólo limosna de elotes, huevos, mazorcas, gallos, flores y otras
cosechas, para que les hicieran los milagros. Algunos viejitos se
enojaban y regañaban. La gente ni caso les hacía, corrían más a
rezarle, a llorarle a la virgen de a mentiras. Dicen, que llegó el
día en que sus acompañantes se cansaron y se enojaron, porque la
gente no daba dinero como limosna. Y que se enoja el pueblo más
recio, que los corren a todos. Apenas pudieran escapar antes de que
los colgaran. Después se supo que en el otro pueblo no la respetaron
al contrario los metieron en la cárcel, por mucho tiempo, hasta que
ise
llenaron de piojos y pulgas-
Mi
mamá comenzó a prender la lumbre, atizaba el tizón con la idea de
alumbrar el cuarto. Sentada junto al fogón siguió hablando:
-Cómo
va a ser la virgen- se preguntaba y se respondía -, si las vírgenes
de aquí no salen del templo, a no ser que las saquemos a pasear, en
la procesión, y no en cualquier tiempo, sino solamente cuando les
llega su día- Verdad tú, contesta- interrumpía su monólogo con
estos reclamos, con la intención de que despertara mi papá, siguió
contando convencida:
-
De seguro engañaron a nuestros abuelos- ¿verdad? -, y eso merito
mismo nos está haciendo el cura de ahora... CONTINUARÁ
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